Carta de cosas que pasaron sin haberlas contado

Familia y amigos,

Tenemos tiempo sin escribirnos, el contacto se ha limitado a varios y dispersos “Me gusta” en redes sociales y a saludos enviados a través de mi mamá, quien es mucho mejor que yo en mantener contacto con gente buena como ustedes. Principalmente es mi culpa por no encontrar el tiempo y también por no saber cómo entrar en una conversación que nunca he tenido con varios de ustedes hasta ahora: estoy enamorado de un hombre y él dice estar enamorado de mí.

A Darren lo conocí en junio de 2014 en Dublín, durante una fiesta en su casa a la que me invitaron sin conocer al anfitrión. Era el día de la Marcha por el Orgullo Gay en Irlanda y su casa era centro de “pre despacho” antes de las celebraciones del día. Me encantaría poder decirles que ese día asistimos a velas por lxs asesinadxs por complicaciones relacionadas al VIH y/o por ataques violentos, ambas causas de muertes resultado de la homofobia instaurada en el mundo moderno y contemporáneo. Me gustaría también poder decir que asistimos a centros de apoyo para jóvenes LGBTQI en situación de riesgo o que caminamos hasta el parlamento para exigir respuesta sobre el referéndum a favor del matrimonio igualitario, pero la verdad verdadera es que ese día nos dedicamos a beber (cerveza gay) y a bailar (música gay).

Cuando salí de Venezuela en febrero de 2013, tenía apenas un corazón roto en mi haber: un novio guaro que viajaba hasta Caracas una vez al mes para oírme hablar de Britney Spears y ver Sex in the City en DVD (todo bastante gay). También teníamos sexo (gay) a puertas cerradas y rozábamos las manos bajo la mesa en la feria de comida del Sambil de Barquisimeto cada vez que íbamos a por sushi (gay). Jonathan pagó mis novatadas de primer novio, pero también me dio el empujón que necesitaba para salir del clóset con mis amigos de la uni, del trabajo y de Puerto Ayacucho. No con todos, claro, pero sí con los que quería compartir la sonrisa que me sacaba cada vez que lo escuchaba decir “Naguará” (gay).

Poco a poco tomé la decisión de salir del clóset sin salir del clóset. Déjenme que les explique: las primera vez que tuve esa conversación con alguien fueron tardes enteras de reír, de llorar y de “Yo sabía, pero esperaba que me lo dijeras tú mismo”. Lo mismo pasó con las siguientes tres o cuatro personas, todas igual de valiosas para mí y bondadosas ante mis nervios de maraquero. Pronto me di cuenta de que no podía repetir el mismo libreto cada vez que saliera del clóset. Simplemente no era prácticamente viable, no me alcanzaban las horas en mi calendario. Recuerden que también me tocaba viajar un fin de semana al mes a Barquisimeto a tomar clases en guarismo y el Fashion Week de Milán, su obsesión (gay).

Así que decidí que de ahí en adelante puej saldría de modo casual: “Ayer mi novio me dijo que tenía que ver esa serie”, o “No me gusta besar a alguien con barba, pica mucho”. Esto le decía a la gente poco entendida en mi vida personal, pero a la que sentía que podía contarles sin entrar en detalles. Lamentablemente, esa lista de personas era bastante limitada y no incluía a mucha gente que aprecio y que me aprecia, y que por ese mismo cariño pensaba que no me dejarían escapar tan fácilmente de una conversación que me daba tanta ansiedad como cuando se filtra un disco nuevo de Lady Gaga antes del lanzamiento oficial.

Llegué a Dublín, con mi vitrina como clóset, y rápidamente me dediqué a desmontarla en la práctica, pero no en las redes sociales, el principal medio de contacto con Venezuela. Me preocupaba todavía la reacción que pudiera tener gente con la que nunca había conversado acerca de minorías sexuales, sus derechos, problemas y subculturas.

Tuve amores cortos, amores súper cortos y amores complicados. Regresé a Venezuela en diciembre de 2013 y antes de volver a Irlanda tuve “la conversación” con mi mamá. No fue fácil, pero acá estamos, mejor que nunca, mejor de lo que jamás me habría imaginado. Con mi papá hice trampa y apliqué la misma de salir del clóset sin salir del mismo, y un día por teléfono me preguntó sobre el chico con el que salía porque vio la foto en Facebook. Le dije que era un chamo que conocí en la disco y que todo iba bien, ambos entendidos en lo que realmente estábamos diciendo. Al trancar la llamada yo era mar de lágrimas felices, pero eso nunca se lo dije a nadie.

Darren y yo empezamos a salir oficialmente en noviembre, varios meses después de conocernos. Éramos felices. Yo finalmente salía con alguien que me agarraba de la mano en público, que caminaba orgulloso mostrándome al mundo, que se emocionaba al compartir su mundo y su cultura conmigo, alguien que estaba curioso pero respetuoso de mi país y de nuestros problemas, alguien que se reía de mi acento porque le parecía adorable y que se sorprendía cuando mi cerebro salía con analogías verbales que solamente un cerebro bilingüe puede formar, pero que él asumía como señales de mi vasto intelecto (nunca lo corregí hasta ahora), alguien que, alguien que, alguien que… Créanme, podría seguir pero no quiero abusar de su tiempo y paciencia.

Una mañana salí temprano a trabajar, limpiaba pisos en una tienda de ropa antes de que abrieran y me tocaba pasar coleto por horas mientras escuchaba música pop pretenciosa y estudiaba los anaqueles: tendencias recicladas, atuendos con sobreprecio y ofertas aprovechables. Al salir reviso mi celular y descubro que Darren ha hecho nuestra relación completamente oficial: la puso en Facebook, a la vista de todos mis contactos. Facebook cambia los mecanismos constantemente, de igual modo y del sentido contrario, y esa semana justamente la red social se saltaba la confirmación de una de las partes de la pareja antes de publicar un “life event” tan importante como ese. Darren me llenó el WhatsApp de mensajes disculpándose, diciendo que él se imaginaba que yo debía aprobarlo primero, etc. Pero Darren no era el único escribiéndome a esa hora, mucha gente celebraba en público y por privado nuestra relación y decidí dejarlo así.

Salí del clóset oficialmente por un post en Facebook. Normal. It’s 2014, bitch!

Sin embargo, ese anuncio oficial no alcanzó a todo el mundo, no todos usan sus redes sociales tan a menudo y fue mi mamá quien tuvo que lidiar con las reacciones más complicadas. Yo cometí el error de asumirme libre de responsabilidad, especialmente para con mis sobrinas y mis abuelos, quienes quedaron en efecto fuera de esta parte de mi vida. Y también al resto de ustedes: amigos, tíos, primos, gente que quiero y aprecio, aunque no les escriba a menudo. Así que hoy trato de retomar mi responsabilidad en el asunto, primero porque lo creo importante y segundo porque es la única manera en la que puedo compartir esta noticia que tanto quiero compartir con ustedes: ¡Darren y yo nos vamos a casar! Ya han sido varios años juntos y no logramos ver un futuro donde esa no sea la constante.

Espero que esta carta sirva para abrir la comunicación nuevamente entre nosotros. Prometo desde ahora buscar el tiempo necesario para estar presente para ustedes, de escucharlos, leerles y responderles. Me pueden encontrar acá, por Facebook (obvio) y por correo insanohomejournal@gmail.com

Abrazos (gay).


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